La obra de Jean-Chistian Bourcart me produce una profunda tristeza. Una tristeza extraña; no es melancolía, ni amargura, ni quebranto. Sus fotografías me fascinan porque en ellas encuentro algo de verdad. Y todas riman. Como en un viejo blues.
Descubrí a Ben Roberts por casualidad, como casi todo. Más allá de su ojo directo, cristalino y poético me ha impresionado su facilidad para encontrar algo que a mí en particular me cuesta una vida. Admiro, con envidia, su certera elección de la distancia.
De serena quietud y un sentido un tanto escénico del paisaje David Burdeny es capaz de colocarte en tus propios sueños. En tus playas, en tus embarcaderos, en tus rompeolas.
Aaron Huey equilibra la fotografía documental y el fotoperiodismo de forma magistral. Fotografías auténticas donde la belleza y el compromiso se reparten nuestra memoria.
Michael Wolf sobrecoge. Con «Transparent city» y sus series de Street View descubre una relación entre ciudad e individuo que inquieta y preocupa. Con «Tokio Compression» la sensación es demoledora. Encierro y resignación.
Tal vez sea ahora buen momento para recordar el comprometido, descarnado y veraz trabajo de Paul Fusco «Chernobyl legacy». Esto es lo que hay. Y es muy duro.
Si crees que la fotografía se asemeja más a la poética que a la narrativa te gustará Andy Sewell. Sus fotos son versos de un hermoso poema.
Hai Bo. El paisaje vacío. El ritmo pausado. La contemplación. El paso de las estaciones. Las figuras atemporales. El ayer y el hoy. La conversación. El silencio. Y el devenir lento.
Franco Fontana inventó un nuevo lenguaje. La limpieza del elemento principal, la interpretación del paisaje y su orden y el color. Su color.
Las fotografías de Christer Strömholm parecen haber sido hechas en un intermedio. Con una historia que las precede y otra por venir. Cuentos visuales, regalos para la imaginación.
Ojos que no ven... 